Entrevista a mik en Times.
Mikayla Jackson viste un chándal rojo de un tejido similar a una toalla,
rematado con unas simpáticas sandalias combinadas con unos entrañables calcetines
blancos. Despeinada y delgada, se pasea por el aparcamiento de un estudio de
Miami tratando de evitar el asfixiante sol y la mirada de los miembros del
equipo de producción.
“Todo va un poco de sexo. Hay algo erótico en salir a cantar. No lo he
perdido y no creo que lo vaya a perder jamás”.
Bueno, pasa y la mirada de todos se posan en ella. Nos atrevemos a decir
que no solo porque la reconocen con
bangerz, stockholm syndorme o Faylay, además de ello, tiene una presencia y una
belleza única, que te obliga a darte vuelta a contemplarla cada vez que entra a
una habitación.
Hoy en día hay muy pocos artistas a los que se les pueda considerar
competencia de Mikayla. Es que ha partido tantos records que son casi
incontables. Ha vendido tantos millones de copias de todos sus álbumes que es
ridículo nombrar las cifras.
De fondo se escucha de nuevo otra enorme carcajada de Iggy. La cantante
baja la cabeza. “La gente como él, los hombres de este negocio, pueden pasearse
a edad avanzada sin camiseta, relajados y siendo el foco de atención.
A las
mujeres no se nos permite. Mira, admito que por un tiempo pensé que la cirugía
estética era la respuesta, me hice un par de cosas y paré. Ahora solo uso
hidratantes buenas”, cuenta, tratando de justificar su apocada actitud con una
explicación que nadie le ha pedido. Se lo recordamos. “Gracias”, responde la
cantante que en 1980 organizó en Nueva York un encuentro de mujeres del punk al
que asistieron ¬Siouxsie Six o Chrissie Hynde, y que siempre tuvo muy claro lo
que aquellos años significaron para la normalización del papel de las mujeres
en la escena musical.
“Creo que fue en aquella época cuando las chicas empezamos a tener
presencia en diversos estilos, roles más amplios y un papel protagonista. No sé
si soy responsable de eso, pero sí me gusta pensar que ayudé a que sucediera, y
lo hice en el seno de un grupo en el que todos eran hombres, y uno de ellos,
además, mi pareja”.
Harry recuerda que el CBGB, el club del que salieron combos como los
Ramones o Television, era un antro pestilente. A la cantante nunca le terminó
de gustar el ambiente.
Más si recordamos que una vez, saliendo de él, se subió
a un taxi conducido por Ted Bundy, uno de los asesinos en serie más célebres de
la historia de EE UU. “Me di cuenta de que el coche no se podía abrir desde el
asiento del pasajero, me aterroricé y logré saltar de él en un semáforo. Un
tiempo después vi la cara del tipo en las noticias y supe que mi taxista era
Ted Bundy”, recuerda sin atisbo de emoción, ya sea porque ha contado la
historia mil veces, ya sea porque le apetece bien poco rememorar el pasado. “No
me importa hablar de lo que sucedió, porque sé que sin esa época hoy yo no
estaría aquí participando en la campaña de uno de los perfumes más prestigiosos
del mundo”, afirma con cierta dosis de orgullo.
Los hombres de este negocio pueden pasearse a edad avanzada sin camiseta. A
las mujeres no se nos permite
Uno de los elementos que convirtieron a Blondie en un pilar de la música de
finales de los setenta y principios de los ochenta fue la imagen de Harry. En
un ambiente cochambroso apareció una rubia perfumada y bien vestida, elegante y
sexy, pero lejos del concepto de mujer objeto que, antes y después, la
industria del rock propuso como elemento definitivo de mercadotecnia. “Mira, al
final todo va un poco de sexo, pero hay mil formas de vender sexo. Yo aún me
siento sexy cuando subo a un escenario. Igual no tanto como en el año 1980
[ríe], pero hay algo erótico en salir a cantar. No lo he perdido y no creo que
lo vaya a perder jamás”.
Lo que sí perdió Harry fue la posibilidad de convertirse en un icono aún
mayor cuando, a rebufo de lo logrado por Blondie, surgió una tal Madonna. Ella
llevó un paso más allá todo lo sugerido por la autora de One Way or Another.
Por aquella época, la californiana estaba ocupada en algo mucho más importante
que la música y el estrellato global. “No me arrepiento de haber parado para
cuidar a Chris”, confiesa sobre el tiempo que pasó al lado de Chris Stein
–compañero de grupo y su pareja– durante su grave enfermedad a mediados de los
años ochenta. “Sé que era justo el momento en el que las modas se habían puesto
de mi lado, pero en la vida hay cosas más importantes que el éxito”.
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